Como
toda ciudad portuaria, con su puerto, Maracaibo vive de cara al Lago. Tiene con
él una relación fraterna. En toda la avenida El Milagro, los hatos daban a la
orilla y la gente disfrutaba de sus playas con genuino placer.
Pero
es precisamente en el Malecón, este
espacio que se encuentra frente al Mercado Principal, ahora (Lía Bermúdez) donde las piraguas llegaban a diario cargadas
de las riquezas que en el Sur del Lago se producían.
Los
“marchantes” buscaban lo mejor y al mejor precio. Era toda una exhibición ver
llegar las caravanas de embarcaciones
descargando en el Malecón y la procesión de los compradores que las esperaban
ansiosa.
Allí,
literalmente, se hacía el “mercado” y los menos afortunados conseguían
sobrevivir con los plátanos que nadie escogía y que regalaban para no
perderlos. Igual, en la orilla, pescaban bagres y la pobreza se hacía menos
dura y más llevadera. También era más amplia la solidaridad.
Pero
si era un espectáculo las piraguas y los marchantes en el Malecón, aún más lo
era el arte del regateo que fue una cultura entre los marabinos. De esta forma
la fama del carácter “fenicio” de los habitantes de la región se expandió más
allá de su frontera natural: el Lago mismo, era la principal barrera que
alejaba al Zulia de Venezuela misma, pero irónicamente era él mismo el que la
mantenía muy cerca del resto del mundo.
El
Malecón era un espacio para acoger el
temperamento insular de esta tierra y una explanada que, para decirlo en
términos del ahora, resultaba todo un mall a cielo abierto.
Redactor: Gerardo Urdaneta
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